Un hombre y
una mujer que se han mirado a los ojos
por un instante
para siempre,
las manos apretadas como aferrando un enigma,
entran a una habitación sabiendo que toda habitación
es una fuga al infinito,
y antes que la pasión, sus húmedos desórdenes y vagas
ternuras, fueran a trinar o dar estallidos,
pacientemente, como quien modela un bosque con una
pluma caída de una jaula,
cierran la puerta, la ventana, las hendijas más
por un instante
para siempre,
las manos apretadas como aferrando un enigma,
entran a una habitación sabiendo que toda habitación
es una fuga al infinito,
y antes que la pasión, sus húmedos desórdenes y vagas
ternuras, fueran a trinar o dar estallidos,
pacientemente, como quien modela un bosque con una
pluma caída de una jaula,
cierran la puerta, la ventana, las hendijas más
invisibles, y aun las mismas grietas
que perduran
en los sueños
(muros todos para que el viento —bestia de rencor—
(muros todos para que el viento —bestia de rencor—
no derribe los castillos de arena)
y solo entonces vuelven a mirarse a los ojos
para siempre
en un instante,
y hechizados por la inminencia de lo sobrenatural,
se quitan las ropas, las sombras,
los vacíos vividos, las piedras no arrojadas,
ansiando que esta vez, espléndido y extraño
brille el sol —remoto mar—
en la noche, por un instante
para siempre.
y solo entonces vuelven a mirarse a los ojos
para siempre
en un instante,
y hechizados por la inminencia de lo sobrenatural,
se quitan las ropas, las sombras,
los vacíos vividos, las piedras no arrojadas,
ansiando que esta vez, espléndido y extraño
brille el sol —remoto mar—
en la noche, por un instante
para siempre.
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